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María Teresa Muñoz de Toro Guerrero

Ayuntamiento de Valle de Abdalajis
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Ayuntamiento de Valle de Abdalajis

María Teresa Muñoz de Toro Guerrero

La madre María Teresa Muñoz de Toro Guerrero, hija de don José Muñoz de Toro y de doña Rosario Guerrero, nace en el Valle de Abdalajís, el día 16 de noviembre de 1884.

Debido a su gran amor a Jesús Sacramentado, su primera inclinación vocacional se decantaba por las Hermanas de María Reparadora, pero como pasa algunas temporadas en la casa de unos tíos que tiene en Antequera y como en esta población hay un colegio filipense, donde dos de sus primas (madre Visitación Guerrero y madre Mercedes Guerrero) estaban destinadas, empieza a sentir la lógica atracción hacia la labor que desempeña esta congregación, debido al influjo y conocimiento que sus dos primas le aportan, pese al rechazo que ella dice sentir hacía la enseñanza y el gran amor que siente por la adoración y reparación a Jesús Sacramentado.

Tras mucho meditar, orar y consultar con su director espiritual don Rafael Bellido, entra en el Noviciado Filipense, el día 10 de octubre de 1910 a la edad de 26 años, haciendo su primera profesión el 12 de Fue una persona abnegada, trabajadora y humilde que desempeño siempre las funciones que le fueron encomendadas con la mejor disposición y deseo de servir a los demás, sin importarle nunca de quien se tratase, prueba de ello es la transcripción que hacemos a continuación de la petición que formula a la Congregación de Religiosas para cuando ella muera.

La madre María Teresa, tenía unas dotes naturales de liderazgo e inspiraba paz y equilibrio a todas las personas que acudían a ella, que siempre salían reconfortadas y animadas para seguir con la lucha de cada día y consoladas para mitigar sus pesares.

El día 14 de enero de 1974 fallece en su retiro de Cádiz a los 89 años de edad.

Sus restos mortales fueron trasladados a Sevilla al panteón de la Congregación Filipense donde reposan.
diciembre de 1912 y su profesión perpetua el 18 de diciembre de 1918.

Fue una religiosa ejemplar que amó profundamente a su congregación y a su obra primordial de atención a las jóvenes mujeres marginadas y trabajó, cuanto supo y pudo en esta causa, buscando en ello la gloria de Dios y su santificación.

“Después de mi muerte no quiero que se me hagan elogios ni alabanzas en el libro donde se anotan las vidas de las congregantes. Porque si, con la gracia de Dios, he hecho algo bueno, no ha sido más que cumplir con mi deber. Agradezco la buena intención de mis hermanas, pero les ruego que no me alaban donde ya no estoy, sino que recen al Señor para que pueda gozar de su presencia”.